Δευτέρα 25 Ιουνίου 2012

ΕΛΛΗΝΙΚΗ ΑΣΤΥΝΟΜΙΚΗ ΛΟΓΟΤΕΧΝΙΑ 4. Ο ΤΣΕ ΑΥΤΟΚΤΟΝΗΣΕ

Capítulo 1
El gato, sentado en el banco de enfrente, me mira. Siempre me lo encuentro aquí por las tardes, acurrucado sobre el respaldo. Los primeros días me observaba con recelo, dispuesto a salir huyendo si intentaba acercarme. Cuando se aseguró de que no le prestaba la menor atención, dejó de incomodarse por mi presencia. Fue así como entablamos una relación de buena vecindad. Él nunca ocupa mi banco, y yo,las pocas veces que llego primero, respeto el suyo y se lo dejo libre. Es un gato de esos que andan por los tejados, aunque no tiene el tradicional color anaranjado que caracteriza a los callejeros. Su pelaje, gris y negro, presenta un dibujo parecido al de los trajes de pata de gallo que llevamos en los bailes del cuerpo o en los funerales. Para las bodas nos vestimos de negro.
Adrianí, sentada a mi lado en el banco, está haciendo punto. Desde aquella noche fatídica en que se me ocurrió la brillante idea de proteger con mi pecho a Elena Kustas de la bala que disparó su hijastro Makis, mi vida ha cambiado radicalmente. Primero me tuvieron ocho horas en el quirófano, después pasé seis semanas en el hospital y ahora me quedan todavía dos meses de baja laboral. Mis relaciones con el Departamento de Homicidios se han interrumpido hasta nueva orden. No me he pasado por allí ni una vez desde que salí del hospital. Mis dos ayudantes, Vlasópulos y Dermitzakis, me visitaban día sí, día no, al principio; después dejaron de venir y se
limitaron a llamar por teléfono y, al final, cortaron toda comunicación. Guikas sólo fue a verme una vez. Apareció acompañado por el secretario general del ministerio, que no me profesa gran simpatía, aunque aquel día se deshizo en sonrisas y alabanzas por mi valentía. Al final, Adrianí tomó las riendas de mi vida, y desde entonces yo no hago más que arrastrarme de la casa al parque y del dormitorio a la sala de estar, como un palestino sometido a arresto domiciliario por los israelíes.
—¿Qué hay para cenar?
No es que me importe demasiado. No he recuperado el apetito, y cada bocado se me atraganta. Saco el tema para romper un poco la monotonía.

Petros Márkaris: Suicidio perfecto (Tusquets)
Tras haber sobrevivido al disparo recibido mientras resolvía su anterior caso (Defensa cerrada), el comisario Jaritos arrastra una aburridísima existencia de convaleciente lejos del ajetreo policial.
Una noche, mientras ve pasar las noticias por el odiado televisor, una escena lo arranca de cuajo de la mediocre monotonía en que ha caído: en medio de una entrevista, un célebre empresario griego saca una pistola y comete un acto que deja pasmados a todos los televidentes. ¿Por qué un hombre de negocios tan discreto y bien considerado realiza una acción tan espectacular? El instinto del viejo sabueso despierta y Jaritos se pone en movimiento. Aunque está de baja y otra persona ha ocupado su despacho en las dependencias de la policía, el olfato del comisario es insustituible para esclarecer un caso cuyas repercusiones aumentan cada día.
Las pesquisas de Jaritos nos llevarán por la Atenas olímpica, donde se percibe la corrupción inmobiliaria y la modernización creciente convive con el café al más puro estilo griego.

Dice Markaris, que habla con entusiasmo, que 'para un escritor de izquierdas es difícil dar el salto y escribir novelas policiacas'. Y se explica: 'La gente de izquierdas odiamos a los policías, sean como sean, y ponerse a escribir con todo ese odio no es bueno'. Pero ocurrió que un buen día Jaritos se presentó delante de Markaris. 'Es un hombre de lo más corriente, que gana un mal sueldo, que tiene una familia a la que quiere y a la que tiene que alimentar y un jefe que le impone respeto y al que teme'.
Así que Markaris le abrió las puertas de sus libros, y ahí está: 'Le salva la perseverancia y la voluntad de resolver los asuntos en los que se ve envuelto'. Eso sí, para Markaris, 'el crimen organizado de nuestros días es tan complejo que Jaritos siempre va superado, porque es eso lo que les toca ahora a los comisarios, lidiar con organizaciones criminales globalizadas y frente a las cuales poco se puede hacer'. Jaritos hace lo que puede. El mundo puede seguir enfangado, pero el comisario cumple con su deber. (elpais.es, 2001)

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